jueves, 12 de mayo de 2016

Depresión Musical y PostPartUniversitaria

Qué complicada es la vida adulta.
Me preocupa que ni siquiera siento haber llegado a ella, pues los atisbos más pueriles que he tenido fueron haberme registrado en Hacienda y en el Seguro Social. Por supuesto que fue por mi empleo de tres meses, el cual boté comenzando el 2015. Estaba destruyéndome lentamente. No creo que las ocupaciones humanas deban estar acompañadas de llanto en el autobús, camino al trabajo.
Lo único bonito era el dinero, claro. Eso, y el hecho de ser "mamá" por una hora, de pequeños seres de primaria, pues podía ponerlos a bailar "This is Halloween" de Elfman y Burton y hablar de sexo con los de sexto.
Hoy se festeja el "Día del Comunicólogo". Debo detenerme como loca para no criticar a mis excompañeros de la Universidad. No sé qué siento por ellos. No sé si es la misma lástima que sentía cuando para sus existencias todo era llegar crudos y oliendo a sexo al salón de clase. No sé, por otro lado, si en las noches derraman un par de lágrimas porque no están siendo bailarinas de Broadway o actores de Televisa. Pero, por otro lado, creo que soy yo la que está mal, pues las Ciencias de la Comunicación jamás fueron mi vocación entera.
Me vi obligada a estudiar una carrera porque Don Padre de Familia no podía permitirme estudiar en el Distrito Federal. Canto, quería la niña. Y Doña Madre de Familia quería que tuviera "mi carrerita" para no morirme de hambre siendo músico.
Así que, supongo que yo estoy en el error. No tengo por qué festejar una profesión, que si bien me fue pagada, y debo decir que mientras la estudié la aproveché al máximo, no me ha dado un solo centavo. Obviamente porque sólo he tenido un empleo. Y hace tres años que egresé. No soy el más bello ejemplo de "comunicólogo" (...vaya que odio ese término) y mucho menos de Mención Honorífica.
Prefiero decir entonces, que mi vida profesional es un soberano chiste.
Y con todo ello, a los veinticinco, parece ser que mi vida entera es una tragicomedia. No tengo el dinero que se supone mi profesión ejercida debería otorgarme. Juro que tengo 200 pesos para el resto de mi vida.
Me muerdo los pellejitos de los dedos (por la ansiedad que ocasiona mi estilo de vida) porque no puedo darme el lujo de masticar mis uñas. Tengo carillas de resina en la dentadura y fue un tratamiento costoso. La última vez que se me quebró una, tuve que pagar 700 pesos. Y como no tengo dinero, me dan ganas de morderme las uñas, pero recuerdo que no puedo hacer eso porque... no tengo dinero para pagar un diente roto.
Le robo crema corporal a mi madre.
Uso perfume de imitación, que cuesta una décima parte del original.
Tengo la última pluma que usé en la universidad.
Pinté mi cuarto para fingir que hacía algo de mi vida.

El camino que he escogido está lleno de sinsabores y horrendos agujeros de depresión y miseria. Tienes que enfrentar hasta a tus padres, quienes se supone están para darte el apoyo que necesitas. Y vaya, los míos tienen ganado el Cielo, si es que éste existe, porque a pesar de todo, siguen permitiéndome el techo, el agua, el alimento, usar su excusado y pasta dental.
Aunque, no hay día en que no me sienta la más grande basura de todas. Yo debería estarlos manteniendo, no ellos a mí.

Así que espero la oportunidad de un "toquín" o una "audición" de la Academia que me paga mi pobre Don Padre de Familia, para convencerlos de que lo que yo quería estudiar era Canto, y no Ciencias de la Comunicación.

Vivo a la deriva. Y es HORRIBLE.

Que nadie me venga a hablar de depresiones, que me pinto solita.

Que (PINCHE) complicada es la vida adulta.


viernes, 6 de abril de 2012

De Sangre Azul

     Siempre buscaba un hombre de sangre azul. Sus pensamientos, sus sueños y su vida estaban de color gris por la ausencia de amor y por el incumplimiento de ese único propósito que era la vida color de rosa.

     Xóchitl, de nombre hermoso, de cara redonda, piel morena y cabello oscuro como el fondo de un pozo. Pozo en el que probablemente se encontraba ella después de ver las historias que pasaban en la televisión a blanco y negro con la que su madre  lloraba en incontables ocasiones. Xóchitl, una mujer inocente pero con grandes ambiciones. ¿Cómo era posible que una mujer de raíces indígenas sintiera el deseo de tener una mansión, muchos vestidos finos, joyas y sobre todo un rubí en forma de corazón que perteneciera a su hombre de sangre azul? Ella, según su madre, lo tenía todo. La rodeaban verdes bosques, pajarillos multicolores, una gran cascada de aguas transparentes y encima se posaba un cielo azul. Pero ella temía ver el cielo y todo lo demás, porque le recordaba que era el color de la sangre de su compañero anhelado.

      Y los hombres que la rodeaban no le atraían. Su amigo de la infancia, Rodrigo, se empeñaba en decirle lo hermosa que era y en decirle que no necesitaba de riquezas materiales para ser feliz. Pero ella, necia y necesitada de amor, tomó una decisión que haría que Rodrigo solo bajara la vista y se quitara una lágrima de su cara de adulto con rapidez y destreza.

     Cierto día, Xóchitl se marchó a la ciudad. Tenía que hallar en algún lugar a su hombre. Su vida gris fue salpicada de chispas de colores por la ilusión de encontrar a su amado. Caminó mucho, limpiándose las lágrimas de su madre que estaban postradas en su corazón. “Volveré” le dijo Xóchitl, pero ni siquiera sabía que si esa promesa sería cumplida.

     Al haberse enfrentado a las sombras de la noche, al canto de los búhos y el seguir de las lechuzas, Xóchitl se sentía valiente y decidida. Llegó a su destino y la ciudad de luces multicolores la invadió por completo. No encontró ni hogar, ni amor; sus vestiduras bordadas de flores y de una brillante blancura empezaron a ennegrecerse con el paso de los días. Las cosas no eran como en casa, la gente no sonreía y sobre todo, Xóchitl no encontraba la sangre azul por ningún lado.

    El último día de su estancia, rendida y con la vida de negro decidió regresar a casa, resignada a volver al color gris. Ya de regreso, en la profunda noche caminaba por una calle de personas cuya vida perecía ser de oro, ella iba llorando por la banqueta y cuando iba a cruzar la calle, estuvo a punto de atropellarla un automóvil. Este era hermoso, de un color azul y la muchacha juraba ver estrellas a su alrededor. Se bajó un hombre, de rizos dorados, piel blanquecina, ojos como el mar, vestía una camisa blanca y pantalón azul. Ella lo vio y quiso correr a él, cuando este le preguntaba si todo estaba bien. En eso, recordó sus vestiduras y supo en ese instante que no era la mujer de sangre rosa que veía en las telenovelas, no tenía claridad en sus ojos, su cabello o su piel. Agachó la cabeza y asintió. Al momento de querer hablar, el hambre y el sufrimiento hicieron de las suyas y cayó desmayada.

     Despertó en un cuarto de hospital. Pensó que había muerto, pues todo objeto que la rodeaba era de un blanco hermoso. Olía a flores frescas y sonrió al pensar que su verdadero amor la había llevado a curarse. Una mujer que parecía un ángel se posó al lado de su cama y, para sorpresa de Xóchitl, le dijo mientras le quitaba el suero: “Muchacha, ya estás bien, pero te tienes que marchar porque la cuenta pagada del hospital llegó a su límite”. La joven, sorprendida por el desprecio de la enfermera, asintió y comenzó a vestirse con las mismas ropas grises que traía días antes. Salió de la habitación, pero su hombre de sangre azul no estaba ahí. Preguntó sobre él y solo le dijeron que la había dejado en el lugar y se había marchado. Los ecos de las paredes aun decían en silencio “Casi atropello a esta loquita, denle lo que necesite y procuren que el pago no se exceda de mi cuenta, ¿para qué gastar en alguien así?”

     Xóchitl fue decidida a buscarlo, tal vez estaba empeñado en comprarle diamantes y un vestido hermoso. Caminó y caminó, hasta que dio en la calle donde se desmayó. Era ya de noche y vio que a lo lejos se acercaba el automóvil azul, este llegó a su destino y se estacionó. Se bajó su hombre, ella se aproximó al lugar y con la más radiante de sus sonrisas le dijo “Hola”. Él volteó hacia abajo y en eso la puerta del copiloto se abría y salía del auto una mujer de sangre rosa y vida de oro. Xóchitl se avergonzó ante ella, sintió que sus mejillas se encendían y solo decidió correr. Él dijo “pobre loquita”. Y esas palabras la persiguieron por kilómetros. Sus lágrimas se secaban con la velocidad que llevaba, no sentía el hambre, su corazón era polvo y solo quería estar en casa, alejada de ese mundo de falsos colores.

     Días de sufrimiento y lágrimas la llevaron a casa. Al verla llegar, su madre la cogió en su regazo y la internó en el hogar. Dentro se encontraba Rodrigo, quien al verla apretó la taza que tenía en las manos, esta se rompió y enseguida comenzó a salir de ellas un hilo de sangre roja que con el brillo de la Luna, tomaba tintes de color azul.                                                                                  

lunes, 12 de marzo de 2012

Miradas que duelen




       Sumerjo mi cara en el agua profunda. Siento que la frialdad congela mis ojos. Tal vez pueda penetrar en mi cerebro y sacármela de la cabeza. Lavar el odio, ahogar el amor. ¿Cómo puede ser que sea el centro de mi mundo?

     Cuando la vi por vez primera mis manos quisieron tomar su cintura y acercarla a mi cuerpo, luego besarla hasta que mis labios quedaran penetrados de su dulce sabor. Sonreír al mismo tiempo y mirarla a los ojos… hundir mis ojos en el océano de los suyos.

     Hacerla mía. Despertar todos los días a su lado y dedicarnos una sonrisa llena de amor. Evitar que el mismo mundo acabara con nuestra pasión. Pasar la vida junto a ella, hasta el momento de mi muerte. No la de ella, porque yo no podría continuar sin su cuerpo junto al mío. Sin sentir la calidez de su piel, la suavidad de su boca y la delicadeza de sus manos al postrarse sobre mi cuerpo…

     Es bella. No puedo decir más. Al verla por vez primera mi cuerpo se ha paralizado. Estoy aquí sin estar. Pienso en cómo sería nuestro futuro…pero la realidad me golpea en la cabeza como un padre lo hace con su hijo…deseando que éste no vuelva a cometer la misma estupidez.

     ¡Ella es la Luna, lejos de mí pero siempre presente! La que me ilumina en los momentos de oscuridad, la que alumbra las tempestades, la que hace que las oscuras nubes del cielo se hagan visibles…ella es mi todo.

      Vive en cada célula de mi corazón y de mi mente…

     ¡No! ¡No puede ser que una estrella fugaz haya tocado a la Luna! ¡Es fugaz! La dejará sola y abandonada como siempre…y no podré ir con ella porque soy un árbol plantado en la Tierra…

     ¡Alguien haga que mis ramas crezcan para abrazar a la Luna! ¡Que mis raíces      salgan para alcanzar a besarla!

     Mis brazos abrazan, mis labios han besado…pero no es suficiente vitamina para que crezcan…

     Sumerjo mi cara en el agua profunda. ¡Ahógate amor! Eres el más desdichado de los dos, vives en mí pero no te dejo salir. Si te dejo salir harás que actúe como un idiota y quiera correr hacia ella. ¡Por eso la odio! No deja que seas feliz querido amor, no permite que hagas tu trabajo y con ello me sienta completo.

     Después de hundirme en el agua de mis lágrimas, limpio el amor ahogado y el odio que ha sido lavado. Estoy listo para enfrentarte, querida Luna, una vez más.





domingo, 4 de marzo de 2012

Dulce Sacrificio



Y cerré los ojos. Yo no sabía que sería por última vez.

Cuando lo vi atravesar la puerta del teatro jamás imaginé que algún día encontraría a un ser hermoso y pleno. Un choque eléctrico invadió mi cuerpo, mi alma quiso salir y penetrar su cuerpo. Mis ojos no podían admirar tanta belleza, dolía el simple movimiento de cada uno de ellos.

Tenía que concentrarme, después de todo mi trabajo lo requería. “Un actor no puede tener distracciones” nos decía el director. Siempre esperé la oportunidad de hacer mi sueño realidad, después de una vida de trabajo y sacrificio había llegado el momento.

Toda mi vida consideré los pros y contras de mis acciones. Sacrifiqué lo poco que tenía, pues me había criado en las calles de la ciudad. Luché incansablemente por ir arriba de la pirámide y ese día casi lo había logrado…más nunca consideré un factor que no conocía.

Nuestras miradas se cruzaron antes de la primera llamada. Mi cara se encendió y la sangre fluyó con velocidad a través de mi corazón. No tenía nada qué ver que el gobernador fuera a estar en el estreno. Había actuado para reyes y reinas, para personas de alta importancia y nunca me había sentido así. Pero verlo a él me hizo sentir en la primera función de mi vida.

La segunda llamada se dio. Las bailarinas mencionaron que el hijo del gobernador había ido en su representación, y que éste pasaría a camerinos después de la obra. Mis manos sudaban y mis piernas temblaban.

Tercera llamada. Me convertí. Me transformé en Scarlett, la dulce amante de Gregorio, el mercader. No vi la cara de nadie en el público. Sólo me fugué de eso que sentía momentos antes. La experiencia fue mi más fiel aliada, aunque se vio débil por primera vez.

La obra terminó. En el agradecimiento vi que él estaba de pie, aplaudiendo mi trabajo. Quise llorar y reír a la vez. Quise gritar, quise correr, quise tener sus manos entre las mías y sus labios que me sonreían posados en mi seco y agrietado sentido.

Un hombre del público gritó. Palabras sin articulación. Una pistola en el aire, que apuntaba la espalda del que despertó mis más profundas pasiones. Recordé el asesinato de mi única amiga. No pude ponerme en su lugar, aunque siempre lo deseé.

Corrí y salté lo más que pude, utilizando la adrenalina, la experiencia corporal y “eso” que me movía a hacerlo. Me lancé a su cuerpo, lo derrumbé…

Sentí mis cabellos mojarse y mi cerebro contraerse. Y cerré los ojos.